La pelirroja incendiada

martes, 18 de mayo de 2010




Si yo fuera capitán de marina, mi pelirroja erótica, o un navegante infantil y soñador del siglo XV…, y me pusiera botas, pantalones anchos, un sombrero de tres puntas y unos bigotes a lo Dalí, partiría en busca de nuevas tierras. Lo primero que haría sería salir de tu boca vaporosa expeliendo olor a Whisky; tú estando en sueños, y yo navegando mi barco de origami. Recorrería tus labios febriles y escucharía el eco de tu voz gritando mi nombre. Seguiría mi recorrido por tu cuello – jirafa, y confundiría tus senos con dos montañas que escalé hace ya un tiempo; serían terruños listos para hacerlos de mi poderío. Esa sería mi primera parada. Tus lunares –como manchas de pintura expulsadas sobre un óleo- serían los charcos eternos que ha dejado la lluvia sobre tu piel. Luego llegaría a tu ombligo y descubriría que mi barco no se caería a un gran precipicio, que los mares bravos continúan hasta llegar al fin del mundo. Tu ombligo no sería el remolino que me aspiraría hasta dejarme sin vida. Continuaría en mi pequeño barco, y vería un prominente musgo en la entrepierna. Entraría en él, curioso, cuidadoso entre los recovecos de las rugosidades, lentamente. Las rugosidades estarían como un volcán a punto de explotar. De pronto una explosión me arrojaría lejos, lejos, lejos. Caería entre medio de dos largas sedas humeantes hasta llegar a tus pies. Anclaría mi barco en tu cobertor azul marino, me bajaría, treparía extasiado hacia tu pie izquierdo y reconocería en tus uñas los cinco continentes…




Sólo Colonizaría el más grande: Mestizoamérica. Luego de eso, sonreiría para mis adentros y me diría irónico:





“Iluso Colón. Se equivocó al descubrir el nuevo mundo…”



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